miércoles, 6 de mayo de 2015

Orson Welles: centenario de un genio del cine

Hasta hace tres años era el director de "la mejor película de la historia", puesto que El ciudadano (1941) se mantuvo durante cinco décadas en la encuesta realizada periódicamente por la revista Sight & Sound.
En la votación de 2012, perdió su liderazgo y quedó segunda, inmediatamente debajo de Vértigo (1958) de Hitchcock, pero su trascendencia en el desarrollo del medio y su valor propio como drama continúan muy enhiestos. No es fácil librarse de Orson Welles.

Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de su autor. George Orson Welles nació en Kenosha, Wisconsin, el 6 de mayo de 1915, hijo de un hotelero e inventor y una pianista y campeona de tiro. Si se cree en la autobiografía que le contó a menudo a los periodistas, y que probablemente haya que retocar (fue también, entre otras cosas, un colosal mitómano) Welles hablaba a los 2 años como un adulto, a los 5 citaba a Shakespeare y había escrito ya algunas piezas dramáticas, a los 11 escribió un estudio de Así habló Zaratustra de Nietszche, cultivó desde niño la música y la pintura, y a los 15 años viajó a Irlanda para pintar sus paisajes.

A partir de ahí la historia se vuelve más demostrable. Se le agotó el dinero y consiguió trabajo en una compañía teatral local a la que convenció de que ya había sido actor, cosa que no era cierta. Su carrera continuó con éxito en los Estados Unidos, donde en la década de 1930 fundó sucesivamente los grupos Phoenix Theatre, Federal Theatre (subsidiado por la administración Roosevelt) y Mercury Theatre. Como director teatral realizó algunos audaces experimentos escénicos, como un Macbeth interpretado por actores negros y un Julio César de marcado corte antifascista. Al mismo tiempo había comenzado a trabajar para la radio en diversos programas dramáticos, con una culminación en la memorable noche del 30 de octubre de 1938, cuando puso en el aire una adaptación de La guerra de los mundos de su semitocayo Herbert G. Wells, en forma de "falso noticiero", que generó algunas histerias colectivas.

El escándalo le abrió las puertas de Hollywood: la empresa RKO le ofreció un contrato fabuloso, dándole carta blanca como actor, director, libretista y productor, le adelantó ciento cincuenta mil dólares, le exigió la realización de un film al año y le prometió un 25% de los beneficios. Tras algunas indecisiones emprendió la realización de El ciudadano, retrato de un plutócrata de la prensa obviamente inspirado en la figura del magnate William Randolph Hearst.

Precocidad.
Suele afirmarse con frecuencia que Welles irrumpió como un genio solitario en un Hollywood caracterizado por la mediocridad. Es un error. Entre 1939 y 1941 la industria norteamericana del cine estaba viviendo probablemente los tres mejores años de su historia, tanto creativa como comercialmente, y ello fue lo que permitió, en definitiva, que una empresa productora se arriesgara con un talento joven que venía del teatro, de la radio y del escándalo. La calidad de El ciudadano, con su estructura acronológica, la multiplicidad de puntos de vista y la audacia de la cámara, es también una muestra de la buena salud del Hollywood de entonces. Y hay que celebrar que se haya estrenado, pese a Hearst.

Influencias.

Welles vio 46 veces La diligencia de John Ford antes de hacer su película. "No me interesa demasiado lo que dice Ford, pero sabe cómo decirlo: yo sé lo que quiero decir, pero tengo que aprender el cómo", explicó alguna vez. En otro momento respondió, cuando le preguntaron quiénes eran los tres directores más importantes del cine norteamericano: "John Ford, John Ford y John Ford".

Un dato a retener: momentos claves de La diligencia emplean la "profundidad de campo" (varios planos simultáneos en foco) que es una de las características más llamativas de El ciudadano. El fotógrafo no es Gregg Toland sino Bert Glennon, pero Ford trabajaría luego con Toland en Viñas de ira y Hombres de mar. Conclusión provisoria: Welles aprendió de Toland el uso de la profundidad de campo, pero es probable que Toland la haya aprendido de Ford. Welles debió experimentar sentimientos encontrados cuando en la entrega de los Oscar de 1941 El ciudadano tuvo que conformarse con un premio a mejor guión, y las estatuillas a mejor película y mejor director fueron para ¡Qué verde era mi valle! de Ford.

La libertad inicial duró muy poco, empero. Welles dijo alguna vez de sí mismo: "Comencé en la cima y nunca ha dejado de descender desde entonces". De hecho, buena parte de su historia posterior consistió en una abundante pelea con la industria del cine, que a menudo lo redujo a insignificantes papeles como actor y a veces mutiló o interrumpió sus proyectos (un documental en Brasil, una versión del Quijote, la adaptación de una novela policial de Charles Williams), pero que no pudo impedir que aportara un puñado de títulos que sobreviven muy enteros al paso del tiempo.

Aunque con frecuencia debió limitar su talento a materiales menores (los policiales El extraño, 1946, y La dama de Shanghai, 1947) supo hacerlos rendir, emprendió adaptaciones de su admirado y frecuentado Shakespeare (La tragedia de Macbeth, 1947; Otelo, 1949-52), hizo otros dos policiales en torno al tema del poder abusivo y maligno (Mr. Arkadin o Raíces en el fango, 1954; Sombras del mal o Sed de mal, 1958) y después solo trabajó como director en Europa.

Empezó con una apuesta difícil y discutida pero ciertamente valiosa (El proceso, 1962, sobre Kafka), siguió con Shakespeare (Falstaff en Campanadas a medianoche) y volvió al documental sobre el arte, sobre sí mismo, sobre la fabulación y la mentira (Fraude, 1973; Filming Othello, 1979). Murió el 10 de octubre de 1985, no en la cima: uno de sus últimos trabajos fue poner la voz en una animación de los Transformers.

MÁS ALLÁ DE "EL CIUDADANO".

Sed de mal - Estados Unidos (1958)

A primera vista, una historieta policial de clase B, sobre policía honesto (Charlton Heston) que enfrenta a un colega corrupto (Welles). Desde la formidable puesta en escena, que comienza con uno de los planos secuencias más complejos de la historia del cine, la película crece empero hasta las dimensiones de una reflexión sobre la vanidad del poder, tema wellesiano por excelencia. En una escena, Janet Leigh es acosada por un maniático en un motel: se sospecha que de allí salió Psicosis.
El proceso - Francia/Italia/Alemania (1962)

Anthony Perkins, el Norman Bates de Psicosis, encarna aquí al kafkiano Joseph K, casualmente un "falso culpable", tema favorito de Hitchcock. Welles respeta la letra de la gran novela de Kafka al tiempo que sutilmente la transforma (¿la traiciona?), trayéndola a su propio mundo: aquí hay menos angustia metafísica y más metáfora política que en el original literario. Y la forma, barroca, recargada, deslumbrante, se ubica también en las antípodas del ascetismo del lenguaje de Kafka. El film vale por sí mismo, claro.
Fraude - Francia/Irán/Alemania (1973)

Falso documental sobre falsificadores: un pintor fraudulento, un periodista que inventó una biografía de Howard Hughes... y el propio Orson Welles, que al principio jura "decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad" durante una hora. Luego el espectador comprende que la película dura más de una hora, pero para entonces ya está atrapado en un auténtico, brillante juego de prestidigitación donde verdad y mentira se solapan, y donde el cineasta se revela como un auténtico maestro del engaño.

elpais.com.uy

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