En un espacio de más de dos mil metros cuadrados se aloja un repertorio de piezas, conservadas entre Filipinas, Europa y Estados Unidos, que revisan tanto las poblaciones campesinas del norte como las culturas marítimas de las islas más pequeñas.
"La variedad de obras presentadas en la muestra es un magnífico reflejo de la diversidad de la Filipinas actual, un territorio formado por más de siete mil islas y 80 idiomas", aseguró a Efe la comisaria de la exhibición, Constance de Monbrison.
El Quai Brandly, especializado en comunidades extraeuropeas, ha dividido la exposición en tres secciones. La primera de ellas dedicada a las Altas Tierras del Norte, en concreto a la isla de Luçon, pobladas por grupos etnolingüísticos que vivieron al margen de la sociedad Occidental hasta la colonización americana a finales del siglo XIX.
La cultura norteña prestigiaba a los guerreros, otorgaba valor al éxito personal y al deber comunitario, pero sobre todo protegía el medio ambiente, fuente de la mayor parte de sus recursos.
Por eso veneraban a la divinidad del arroz, "bulul", a través de las estatuas de madera o piedra que representaban a este guardián de la fertilidad, y también ofreciendo la sangre de sus animales en los rituales religiosos.
"Bulul es la manifestación más evidente de las nociones austronesias, como la simetría, la igualdad entre el hombre y la mujer, la relación con la naturaleza, el equilibrio entre sociedades y la energía", explicó la comisaria de la muestra, Corazon Alvina.
Los montañeses fueron unos maestros en el arte de la elegancia. Los objetos de la vida cotidiana, como bols, platos, cucharas y cucharones o cestas, solían estar trenzados o esculpidos con figuras antropomorfas, que evidenciaban, además, el espíritu tranquilo de esta cultura.
En las tierras de Luçon, los adornos testimonian la existencia de un mundo codificado que definía el lugar que cada individuo ocupaba en el seno de la sociedad.
Las joyas en nácar, hueso, oro, agatha, plumas o perlas de vidrio, eran utilizadas para revelar el nivel económico de cada familia. Asimismo, el intercambio de aderezos sirvió para ritualizar los tratados de paz entre pueblos enemigos.
La segunda parte de la exposición recuerda a los ciudadanos de Mindanao, para los que el vestuario era una forma de celebrar tanto la juventud ideal, el amor maternal o la valentía del guerrero.
Para el pueblo filipino, la indumentaria "ikaté" tenía el poder de transformar al guerrero en el "Malaki", un héroe mitológico. Realizado con fibras de bananeros salvajes, los vestidos perfilaban una gran complejidad de motivos, que lustrados con conchas marinas le otorgaban un aspecto brillante.
Estos tejidos se convirtieron, por lo tanto, en talismanes, cargados de significados mágicos, que potenciaban el carisma o las habilidades físicas y retóricas, tan estimadas por los habitantes de Mindanao.
Durante el siglo X las rutas marítimas motivaron una economía de intercambio, en la que los objetos variaban de mano, de estatuto y de significación, y en la que Filipinas se emplazó en el epicentro de una gran red mercantil.
La tercera pieza de la exposición, por lo tanto, presta atención a las influencias indias, indonesias, árabes y chinas, de las formas y técnicas empleadas por las sociedades costeras.
"La cantidad y belleza de adornos en oro permite pensar que las Filipinas prehispánicas conocieron su Edad dorada entre los siglos IX y XIII", manifestó Alvina.
Este metal precioso, marca de poder y prestigio, decoró el cuerpo de los vivos -pequeñas piezas de oro adornaban un saco que simboliza el cordón umbilical de un recién nacido-, pero también el de los muertos, a los que se les cubría el rostro con una máscara dorada.
A finales del siglo XIV, los archipiélagos del sur vieron desarrollarse los sultanatos y las expresiones artísticas propias del mundo musulmán, portadas por los mercaderes chinos y malasios.
Los motivos circulares y brillantes, las alusiones al árbol de la vida o los triángulos isósceles alineados, empezarán a formar parte de los objetos y tejidos filipinos.
"La variedad de obras presentadas en la muestra es un magnífico reflejo de la diversidad de la Filipinas actual, un territorio formado por más de siete mil islas y 80 idiomas", aseguró a Efe la comisaria de la exhibición, Constance de Monbrison.
El Quai Brandly, especializado en comunidades extraeuropeas, ha dividido la exposición en tres secciones. La primera de ellas dedicada a las Altas Tierras del Norte, en concreto a la isla de Luçon, pobladas por grupos etnolingüísticos que vivieron al margen de la sociedad Occidental hasta la colonización americana a finales del siglo XIX.
La cultura norteña prestigiaba a los guerreros, otorgaba valor al éxito personal y al deber comunitario, pero sobre todo protegía el medio ambiente, fuente de la mayor parte de sus recursos.
Por eso veneraban a la divinidad del arroz, "bulul", a través de las estatuas de madera o piedra que representaban a este guardián de la fertilidad, y también ofreciendo la sangre de sus animales en los rituales religiosos.
"Bulul es la manifestación más evidente de las nociones austronesias, como la simetría, la igualdad entre el hombre y la mujer, la relación con la naturaleza, el equilibrio entre sociedades y la energía", explicó la comisaria de la muestra, Corazon Alvina.
Los montañeses fueron unos maestros en el arte de la elegancia. Los objetos de la vida cotidiana, como bols, platos, cucharas y cucharones o cestas, solían estar trenzados o esculpidos con figuras antropomorfas, que evidenciaban, además, el espíritu tranquilo de esta cultura.
En las tierras de Luçon, los adornos testimonian la existencia de un mundo codificado que definía el lugar que cada individuo ocupaba en el seno de la sociedad.
Las joyas en nácar, hueso, oro, agatha, plumas o perlas de vidrio, eran utilizadas para revelar el nivel económico de cada familia. Asimismo, el intercambio de aderezos sirvió para ritualizar los tratados de paz entre pueblos enemigos.
La segunda parte de la exposición recuerda a los ciudadanos de Mindanao, para los que el vestuario era una forma de celebrar tanto la juventud ideal, el amor maternal o la valentía del guerrero.
Para el pueblo filipino, la indumentaria "ikaté" tenía el poder de transformar al guerrero en el "Malaki", un héroe mitológico. Realizado con fibras de bananeros salvajes, los vestidos perfilaban una gran complejidad de motivos, que lustrados con conchas marinas le otorgaban un aspecto brillante.
Estos tejidos se convirtieron, por lo tanto, en talismanes, cargados de significados mágicos, que potenciaban el carisma o las habilidades físicas y retóricas, tan estimadas por los habitantes de Mindanao.
Durante el siglo X las rutas marítimas motivaron una economía de intercambio, en la que los objetos variaban de mano, de estatuto y de significación, y en la que Filipinas se emplazó en el epicentro de una gran red mercantil.
La tercera pieza de la exposición, por lo tanto, presta atención a las influencias indias, indonesias, árabes y chinas, de las formas y técnicas empleadas por las sociedades costeras.
"La cantidad y belleza de adornos en oro permite pensar que las Filipinas prehispánicas conocieron su Edad dorada entre los siglos IX y XIII", manifestó Alvina.
Este metal precioso, marca de poder y prestigio, decoró el cuerpo de los vivos -pequeñas piezas de oro adornaban un saco que simboliza el cordón umbilical de un recién nacido-, pero también el de los muertos, a los que se les cubría el rostro con una máscara dorada.
A finales del siglo XIV, los archipiélagos del sur vieron desarrollarse los sultanatos y las expresiones artísticas propias del mundo musulmán, portadas por los mercaderes chinos y malasios.
Los motivos circulares y brillantes, las alusiones al árbol de la vida o los triángulos isósceles alineados, empezarán a formar parte de los objetos y tejidos filipinos.
Fuente: EFE
No hay comentarios:
Publicar un comentario