Con un nombre falso! Tenía tanta fobia a las cámaras que le pedí a mi obstetra que me registrase en la clínica bajo un seudónimo. Pero cuanto uno más quiere ocultar las cosas... Ibamos en el auto, puse el teléfono en altavoz y le pedí a Ale que hablase con mi partera: ‘Hola Nora, ya estamos en camino a sala de partos’. La noté fría. ¡Reaccioné y no me daban las manos para cortar la comunicación! ¡No!... ¿A qué Nora llamé? ¿A Lafont ? Y así llegamos, tentadísimos. ‘Sáquese el maquillaje, póngase la cofia...’, me dijo la enfermera. ¡¿Qué?! Y yo que me había hecho hasta el brushing... Estaba producida como para un desfile. Ir a parir a mi hija era una gran fiesta. Nora sostenía mi mano. Ale –que luego me enteré que estaba filmando todo– me decía cosas hermosas al oído. Había música y chistes de fondo... De repente pensé: ‘¡Basta! Este es el momento más importante de mi vida, y tal vez no se repita jamás. Voy a ausentarme de todo esto...’.Automáticamente empecé a agradecer a borbotones. Y en medio de un ‘¡gracias, Dios!’ a las 18:25 apareció Martina. Me la pusieron sobre el pecho, vi las burbujitas que hacía con su boca y entré en estado de meditación profunda: el mundo sólo éramos nosotros tres”.
CUATRO MESES DESPUES. “Ojitos chinos de mamá y papá”, oigo a la par de mis pasos. Saludar es profanar la escena que ilustra la entrevista: capítulo clave en esta historia de miradas.“Acercate”, invita. Mientras avanzo, resumo: en poco más de dos años, Viviana Canosa (42) decidió mirarse. A fuerza de diván, echó a correr la rueda de las consecuencias: firmó la paz con su pasado.
Sacudió temores que quedaban adheridos (en las páginas de su libro Basta de miedos). Se re-enamoró insospechada e inéditamente (de Alejandro Borensztein, 55). Y mientras planeaba su boda fue sorprendida por los latidos de Martina (4 meses), “el milagro” que hoy la mira. “¡Cuánto devuelven estos ojos! ¡Tanto responden a tantas preguntas que me hice durante toda mi vida! ¡Cómo me enseña este amor!”, anticipa.
–Finalmente conocemos a Martina. –¡Lo pensé tanto...! Me había puesto muy egoísta, pudorosa. Tinita era sólo nuestra. Pero la gente me convenció. Por más camuflada que entrase a los localcitos más recónditos, me decían: “¿Dónde está Martina?”.
Eran abuelas y abuelas...: “Rezo por Martina”; “Bendiciones para Martina”. Y como no puedo invitar a todas a tomar el té a casa, presentar a mi hija es homenajear a esa gente que me quiere mostrándoles lo mejor que tengo en la vida. Pero no creas que voy a seguir haciéndolo normalmente...
Por Sebastián Soldano. Fotos: Christian Beliera.
Por Sebastián Soldano. Fotos: Christian Beliera.
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