¿Cómo hacer millones como un falsificador de arte? Conozca las historias de dos hombres que se hicieron ricos por sus ‘males artes’, pero no les fue tan bien del todo.
Tal vez la gran sorpresa en el nuevo libro del historiador de arte Noah Charney, The Art of Forgery (El arte de la falsificación), no es lo fácil que es falsificar una obra de arte –sino lo poco que a la gente le importa cuando se descubre el fraude.
Por ejemplo, cuando el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York se dio cuenta que una copa renacentista de Benvenuto Cellini era una obra de un falsificador talentoso (y muerto hace mucho tiempo), la respuesta fue “desconcierto”.
Hay otras sorpresas también, en específico sobre lo que pensamos cuando escuchamos la palabra “falsificación” –hacer copias directas de una obra de arte– es rara vez una tentativa, simplemente porque es muy fácil de demostrar que el trabajo falsificado es justo eso. (Si alguien trata de venderle la Mona Lisa, hay una manera muy fácil de comprobar si es real: solo tiene que ir al Louvre a ver si la obra original está todavía allí).
En cambio, las falsificaciones pueden dividirse en cuatro grandes categorías. Las obras de arte más falsificadas son simplemente “del estilo de” artistas famosos (y no tan famosos). Hay antigüedades falsificadas, a menudo imposibles de probar sin análisis científico, que a su vez puede ser manipulado. Ahí está el mundo en gran parte inexplorado de las pinturas falsas, cuyas líneas poco precisas y producción informal (la mayoría eran bocetos preparatorios) son fáciles de hacer y difícil de desacreditar. Y luego, por supuesto, están las copias.
¿Interesado en hacerlo usted mismo? Aquí dos de las anécdotas más instructivas de Charney:
Estudio de caso: Los gemelos Gaugins.
Si no fueran tan descaradamente ilegales, los esfuerzos de Ely Sakhai, un galerista neoyorquino que se volvió falsificador, serían una declaración que invita a la reflexión sobre la producción de mano de obra.
A Sakhai se le ocurrió la “brillante” idea de comprar una pintura legítima por varios cientos de miles de dólares y después la llevaba a una sala justo encima de su galería, donde un pequeño grupo de inmigrantes chinos hacían una o más copias. Luego, Sakhai vendía tanto el original como las obras falsificadas, haciendo todo lo posible por vender las falsificaciones en Asia y la original en Occidente, bajo la aparente (e incorrecta) suposición que nadie se daría cuenta.
Resulta que alguien sí se dio cuenta, cuando las casas de subastas Sotheby’s y Christie’s tenían la misma pintura de Gauguin, Vase de Fleurs, entre sus ventas para mayo del 2000 (nadie se percató hasta que salieron los catálogos). La investigación halló como culpable a Sakhai, quien fue detenido y acusado de fraude. Finalmente fue condenado en julio del 2005 a tres años y medio de cárcel y al pago de US$ 12.1 millones.
Estudio de caso: Un Vermeer para un Nazi.
A nadie le sorprenderá saber que la mayoría de artistas eran pésimos llevando un registro de sus obras. A menudo los estudiosos pasan décadas recopilando los registros de artistas, e incluso cuando estos registros –conocidos como catálogos razonados– están completos, aparecen todo el tiempo obras de arte desconocidas pero verificadas. De modo que si el falsificador es inteligente, talentoso y utiliza los archivos de pinturas y lienzos, puede ser extremadamente difícil probar que una pintura o dibujo es falso.
En la década de 1920, el adicto al opio y megalómano Han van Meegeren hizo una fortuna (de aproximadamente US$ 65 millones en la actualidad) falsificando las obras de Vermeer y otros maestros holandeses. Después de la Segunda Guerra Mundial, una de sus “obras de Vermeer” fue encontrada en posesión del líder nazi Hermann Goering y van Meegeren fue llevado a juicio como colaborador nazi por haber dado bienes culturales holandeses.
Cuando confesó que en realidad no eran obras originales de Vermeer, sino más bien algo que había pintado unos años antes en su villa en Provenza, nadie le creyó. Fue entonces que literalmente tuvo que pintar por su vida para demostrar que podía crear una pintura de Vermeer desde cero. (Charney lo cita diciendo cosas como, “¡Te pintaré un nuevo Vermeer! ¡Te pintaré una obra maestra!”) Al final murió como un héroe popular en 1947, por ser el hombre que engañó a Goering.
Por ejemplo, cuando el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York se dio cuenta que una copa renacentista de Benvenuto Cellini era una obra de un falsificador talentoso (y muerto hace mucho tiempo), la respuesta fue “desconcierto”.
Hay otras sorpresas también, en específico sobre lo que pensamos cuando escuchamos la palabra “falsificación” –hacer copias directas de una obra de arte– es rara vez una tentativa, simplemente porque es muy fácil de demostrar que el trabajo falsificado es justo eso. (Si alguien trata de venderle la Mona Lisa, hay una manera muy fácil de comprobar si es real: solo tiene que ir al Louvre a ver si la obra original está todavía allí).
En cambio, las falsificaciones pueden dividirse en cuatro grandes categorías. Las obras de arte más falsificadas son simplemente “del estilo de” artistas famosos (y no tan famosos). Hay antigüedades falsificadas, a menudo imposibles de probar sin análisis científico, que a su vez puede ser manipulado. Ahí está el mundo en gran parte inexplorado de las pinturas falsas, cuyas líneas poco precisas y producción informal (la mayoría eran bocetos preparatorios) son fáciles de hacer y difícil de desacreditar. Y luego, por supuesto, están las copias.
¿Interesado en hacerlo usted mismo? Aquí dos de las anécdotas más instructivas de Charney:
Estudio de caso: Los gemelos Gaugins.
Si no fueran tan descaradamente ilegales, los esfuerzos de Ely Sakhai, un galerista neoyorquino que se volvió falsificador, serían una declaración que invita a la reflexión sobre la producción de mano de obra.
A Sakhai se le ocurrió la “brillante” idea de comprar una pintura legítima por varios cientos de miles de dólares y después la llevaba a una sala justo encima de su galería, donde un pequeño grupo de inmigrantes chinos hacían una o más copias. Luego, Sakhai vendía tanto el original como las obras falsificadas, haciendo todo lo posible por vender las falsificaciones en Asia y la original en Occidente, bajo la aparente (e incorrecta) suposición que nadie se daría cuenta.
[Obra falsificada de Paul Gauguin, “Vase de Fleurs (Lilas)”] |
Resulta que alguien sí se dio cuenta, cuando las casas de subastas Sotheby’s y Christie’s tenían la misma pintura de Gauguin, Vase de Fleurs, entre sus ventas para mayo del 2000 (nadie se percató hasta que salieron los catálogos). La investigación halló como culpable a Sakhai, quien fue detenido y acusado de fraude. Finalmente fue condenado en julio del 2005 a tres años y medio de cárcel y al pago de US$ 12.1 millones.
Estudio de caso: Un Vermeer para un Nazi.
A nadie le sorprenderá saber que la mayoría de artistas eran pésimos llevando un registro de sus obras. A menudo los estudiosos pasan décadas recopilando los registros de artistas, e incluso cuando estos registros –conocidos como catálogos razonados– están completos, aparecen todo el tiempo obras de arte desconocidas pero verificadas. De modo que si el falsificador es inteligente, talentoso y utiliza los archivos de pinturas y lienzos, puede ser extremadamente difícil probar que una pintura o dibujo es falso.
En la década de 1920, el adicto al opio y megalómano Han van Meegeren hizo una fortuna (de aproximadamente US$ 65 millones en la actualidad) falsificando las obras de Vermeer y otros maestros holandeses. Después de la Segunda Guerra Mundial, una de sus “obras de Vermeer” fue encontrada en posesión del líder nazi Hermann Goering y van Meegeren fue llevado a juicio como colaborador nazi por haber dado bienes culturales holandeses.
Cuando confesó que en realidad no eran obras originales de Vermeer, sino más bien algo que había pintado unos años antes en su villa en Provenza, nadie le creyó. Fue entonces que literalmente tuvo que pintar por su vida para demostrar que podía crear una pintura de Vermeer desde cero. (Charney lo cita diciendo cosas como, “¡Te pintaré un nuevo Vermeer! ¡Te pintaré una obra maestra!”) Al final murió como un héroe popular en 1947, por ser el hombre que engañó a Goering.
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