Santo Padre!
–Hijo –responde, sin elevar su voz, a nuestro efusivo llamado.
–Un gusto saludarlo.
–Lo mismo digo.
–Le trajimos la colección Los santos y las vírgenes que inspiran al Papa argentino. Para componerla, nos basamos en sus gustos y preferencias...
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Hay cien mil personas a los gritos en la plaza San Pedro, pero quien escribe no escucha nada. O sí, sólo la voz de Jorge Mario Bergoglio (77 años; nacido el 17 de diciembre de 1936 en Flores, Capital Federal). El registro del periodista de ninguna manera incluye en sus oídos los frenéticos clics de la cámara del fotógrafo Diego García ni se percata del grupo cercano de monjitas que cantan cargadas de vitalidad y alegría, de los devotos que expresan a lo lejos, plenos de algarabía, su devoción por el Padre Santo, de las amenazantes gotitas de lluvia ni del personal de seguridad del Vaticano –no la Guardia Suiza sino seis fornidos señores trajeados, de camisa y moño blanco, conectados por microscópicos micrófonos–, que rodea al hombre del año. El periodista tampoco oye el sonido del órgano sacro que suena en los parlantes, a la dama viendo de cerca al Sumo Pontífice y deslizando un “¡es más bajito de lo que imaginaba!” o a su marido, rematando: “¿Viste? ¡Tiene mis ojos castaños! Perdiste la apuesta”. Será el pequeño y fiel grabador Panasonic, en función rec, abierto al sublime momento desde el bolsillo superior del saco, el que ahora, frente a la computadora, se encarga de revelar los datos sonoros que el periodista no logró registrar del encuentro de prensa con Francisco.
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–¡Uy! –exclama–. ¿Estos son todos los libros?
–Todos. Incluyen, según averiguamos, sus santos y vírgenes favoritos –le mostramos–: San Francisco, Nuestra Señora que Desata los Nudos, San José, La virgen de Lourdes, San Cayetano, Santa Teresita, San Expedito, la virgen de Luján, el cura Brochero, la virgen de Fátima, San Benito, Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás, San Ignacio de Loyola, Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, San Agustín, y cerramos con su admirado San Pablo.
–Hermosa obra.
–Gracias.
–¿Puedo sostenerla?
–Es suya.
Nuestro Día P (que en realidad cobró vida cinco semanas antes, por gestión tenaz de Guillermo Karcher, oficial de Protocolo de la Secretaría del Estado de la Ciudad del Vaticano, e intermediación invalorable de Gerardo Di Fazio Lorenzo, secretario legislativo de Culto de la Provincia de Buenos Aires) comenzó temprano, a las 8:30, al margen de que si los que ibamos a visitar al Papa pudimos dormir o no por la noche. Fue en la entrada de la puerta lateral de Santa Ana, sobre via di Porta Angelica. Allí, después de confrontar los apellidos en la lista previa de invitados, se nos entregó a los enviados especiales una autorización oficial con logo y sello de la Prefettura Della Casa Pontificia, acompañada por nuestros nombres y la leyenda “Permesso di partecipazione all’Udienza Generale che il Santo Padre Francesco concederà in Piazza San Pietro. Dicembre 2013”, aparte del número 9 de ubicación.
A continuación surgió el breve consejo del propio monseñor Karcher: “Disfruten del momento, porque será único. Cuéntenle al Papa, sin dudar, lo que su corazón les indique. Si quieren acercarle algún mensaje personal, dénmelo ahora, que se lo alcanzo y mañana, seguro, lo leerá en su habitación... En serio, disfrútenlo. ¿Preparados?”, preguntó. Nadie respondió.
FuenteGente
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